Cuídate de la derecha cuando es diestra y de la izquierda cuando es siniestra. El viejo aviso de los clásicos no salvó a la Segunda República española. Fue jubilosamente proclamada hoy hace 80 años pero acabó asfixiada por los extremistas hasta que el golpe de Franco terminó por cortarle la respiración. Por la derecha, por ejemplo, el conservador José Calvo Sotelo, que en septiembre de 1933 publicó un artículo tituladoEn torno al fascismo y en el que afirmaba: "Lo que todo ciudadano ansía es un Estado totalitario y apaciguador". ¿La razón de tales ansias? Que el régimen vigente desde el 14 de abril de 1931, legal y legítimo, era "de clase y, por ende, inepto y ruinoso". Por la izquierda, entretanto, el socialista Largo Caballero, que en la campaña electoral de abril de 1936 avisaba: si la derecha ganaba las elecciones habría que ir "a la guerra civil declarada".
Para este profesor de la Universidad Complutense de Madrid, durante años el error ha sido, más desde la ideológía que desde la historiografía, aplicar a la Europa que salió de la Primera Guerra Mundial el esquema derechas-izquierdas, progreso-reacción, fascismo-antifascismo. En su opinión, el enfrentamiento que de verdad imprimió un "sesgo característico" al siglo XX fue el que se dio entre demócratas y antidemócratas, ya fueran estos de izquierda o de derechas.
"De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros". Así describió el periodista Manuel Chaves Nogales en 1937 la situación de muchos como él, "pequeñoburgués liberal" y "ciudadano de una república democrática y parlamentaria". Fernando del Rey, por su parte, resume crudamente las tensiones a las que la "brutalización de la política" sometió a la Segunda República: la democracia pluralista no era "objeto de predilección mayoritaria entre la élite política española de los años treinta". Todo intento de consenso era considerado una claudicación. Para los extremistas, la República no era un fin -"un lugar en el que convivir, por imperfecto que fuera"-, sino un instrumento para fines superiores. Los extremos, afirma, no estaban ocupados por los más obvios: en España no había ni un movimiento fascista "fuerte" ni una opción comunista "capaz de abrir las puertas a un proyecto revolucionario de consideración". El cerco lo formó un cóctel de anarquistas y marxistas radicales, un catolicismo autoritario y antiliberal y un "pretorianismo militar jaleado por una minoría monárquica y fascista". Cuando los exaltados solo respetan las reglas del juego si les benefician, el adversario pasa a ser enemigo. Así, los discursos "moderados e integradores" apenas pudieron "hacerse hueco".
Palabras como puños está dedicado a los historiadores José Álvarez Junco y Santos Juliá y fueron ellos los encargados de presentar el volumen en la Fundación Ortega-Marañón de Madrid. Para Álvarez Junco, "el fracaso de los moderados explica el triunfo de los intransigentes". Esos moderados eran, con todos sus matices, gente como Alcalá Zamora, Lerroux Azaña y Besteiro. El autor de Mater dolorosa recuerda que incluso la parte de la izquierda que no era demócrata se vio obligada a defender la legalidad democrática durante la Guerra Civil, pero subraya que Palabras como puños, "un libro desprejuiciado y valiente", evita "el error de entender le República a luz de la guerra".
Santos Juliá, por su parte, lamenta que, en los últimos años, se haya perdido algo que su generación creía haber conquistado: la visión de la complejidad. Por eso critica la historiografía de brocha gorda: "Por un lado hay un bloque de pseudohistoriadores que responden como hicieron los vencedores: la Guerra Civil empieza en la República. Por otro, hay una visión beatífica que congela la República en el 14 de abril de 1931, un día lleno de alegría y esperanza. Suprimir de la República la visión de conflicto es devolver una visión falsa de los años treinta". Con todo, es rotundo: ni la guerra empezó en 1934 ni era inevitable: "La Guerra Civil no tiene su origen en la República sino en un golpe de Estado".
Fernando del Rey, que defiende una aproximación "fría, distanciada y académica" a los años treinta, sostiene que el libro que ha coordinado trata de huir tanto "de la glorificación exagerada" como de la "condena sin paliativos". Él subraya su simpatía por figuras como Clara Campoamor, el "mejor Azaña" y por medidas como la lucha contra el analfabetismo y otras reformas que, en los cinco años de vida republicana, "se fueron de la manos" por un problema de "ritmo y tiempo". Insiste, eso sí, en que "la República no fracasó, se la cargaron. La puntilla fue el golpe de Franco. Pero podía haber evolucionado de otra manera. Ahí están países que pasaron por grandes tensiones como Gran Bretaña, Holanda o la jovencísima República Checa".
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