Cómo sobrevivimos con 10 litros de agua
La idea surgió en la redacción de Magazine sin que nadie calibrase lo difícil del reto. El periodista Paco Rego y su familia, animados por la idea de concienciar sobre el problema del agua, se prestaron a vivir una semana consumiendo la misma cantidad que en el Tercer Mundo: 10 litros por persona y jornada. Éste es el día a día de cómo sobrevivir a punto de abandonar en el intento.
No me había sentido nunca tan raro en mi propia casa. Hace sólo cinco horas que mi mujer, mis dos hijos y yo empezamos a vivir (o más bien sobrevivir) con el agua racionada. Por delante, 163 horas de experimento. En total, una semana. Para ninguno de nosotros, especialmente los chicos, será fácil apañarse con 10 litros diarios por persona, la cantidad, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), de que dispone un ciudadano de Uganda o Zimbabue, mientras en Etiopía la cifra baja a tres litros. Muy pocas reservas de líquido si se comparan, por ejemplo, con los casi 12 litros que corren por nuestro sumidero cada vez que presionamos la palanca del retrete. De modo que nos quedan por delante siete días realmente duros, durante los cuales ninguno de nosotros se podrá duchar ni tirar de la cisterna ni usar la lavadora... Ni siquiera echar mano de refrescos (excepto leche, y sólo en los desayunos) ni de ningún otro producto frío, como el hielo, para refrescarnos el cuerpo. Toda el agua de que disponemos para pasar la semana está dentro de las 56 garrafas de plástico, de cinco litros cada una, que hay repartidas por el piso. Ni una gota más.
16:00 horas. Comienza la desventura. O no. Roberto, el pequeño de la casa, es el que mejor se lo ha tomado. Para él es como un juego. Quizás porque a sus 10 años, y acostumbrado, al igual que millones de niños, a las comodidades de una sociedad del primer mundo (4.000 menores de edad mueren cada día por falta de agua en todo el planeta), no alcanza a comprender lo que supone convivir con el grifo seco. Empezando por la incomodidad del aseo. A media tarde, tras salir del colegio, tuvo su primera experiencia seria con las garrafas. Llegó a casa empapado de sudor. Además, estos días anda medio acatarrado debido a los bruscos altibajos de temperatura (la primavera en Madrid está siendo imprevisible). Así que para evitar males mayores, su madre, Portal, pone a calentar cinco litros de agua (al niño, hoy, ya sólo le quedan dos). Hay que verlo agachado dentro de la bañera, con una tinaja de agua templada al lado y frotándose el cuerpo con una esponja humedecida en gel. Aunque lo peor está por llegar. A medida que Roberto aclara la esponja en el agua, las pompas del gel se van haciendo cada vez más numerosas y grandes, como un alien, dentro de la tinaja. Es lógico. Cuanto más avanzan las horas los problemas crecen y hasta los reflejos, que otras veces nos han evitado males mayores en la casa, parecen adormecidos. Nos sentimos como unos principiantes.
"Y ahora, Rober, ¿cómo te aclaramos?", se lamenta algo contrariada la madre. "Aún queda agua limpia en mi garrafa", le responde el niño, recubierto de jabón y tiritando de frío dentro de la bañera. No le había visto tan enfadado a lo largo del día. Para rebajar la tensión quisimos dejar constancia gráfica de su bautizo con agua de garrafa —sus abuelos no dan crédito desde que saben del lío en el que nos hemos metido y nos han pedido que les mandemos una foto—, pero el pudor, o quizás lo rocambolesco de la situación, le impide que nos deje fotografiar el momento. Consumo: 40 litros Déficit: 0 litros Reservas: 240 litros.
7:30 de la mañana. La de hoy no es una mañana cualquiera. Hemos despertado a la hora de siempre. También Lalo, nuestro perro pincher. Aunque, a decir verdad, el trajín por la casa en nada se parece al de un día normal. Tampoco los comentarios y los gestos son los habituales. Y más en los chicos, que van de un lado a otro murmurando sus quejas. Por momentos, casi me arrepiento de haberlos metido en esto. Se me hace extraño ver a David, mi hijo mayor de 17 años, acarreando garrafas de agua por el pasillo camino del cuarto de baño. Y a Roberto, que enfila hacia la cocina refunfuñando porque, dice, "no quiero volver a bañarme en la tinaja. Es un asco (o quizás un adelanto de cómo se pueden poner las cosas)".
Pero lo que más me llama la atención es ver a estas horas a Portal, sentada en el salón, con el rostro pensativo y un bolígrafo en la mano. Conociéndola, seguro que ha estado maquinando durante la noche. "¿Estás bien?", le pregunto. Y ella, que casi nunca se queja de nada, me mira como diciendo: "Algo hay que hacer". Se refiere a que hay que buscar una fórmula fácil y rápida para que a todos nos rinda más el agua. Ayer, de hecho, llegamos al final de la jornada con las reservas del día agotadas y una pila de ropa sin lavar. No va pues desencaminada cuando habla de encontrar cuanto antes una solución. Mientras preparo el café para los desayunos, viene a la cocina y me cuenta que se le ha ocurrido una idea para economizar líquido. Consiste, según ella, en aprovechar el agua donde se cuecen las verduras para regar las plantas. Tenemos 23 tiestos, entre pequeños y medianos, que necesitan agua dos veces por semana. En total, siete litros y medio que nos ahorraríamos. El plan nos parece original. Otra cosa es que funcione. Roberto, que acaba de darle el último sorbo al Cola Cao, aventura una explicación: "Claro, como las verduras también son plantas...". No le falta razón. Así que hoy comeremos verduras.
A primera hora de la tarde llegan noticias inquietantes al ordenador de la casa. Los pantanos merman al paso de los días (están al 54% de su capacidad total) y a estas alturas del año, con el verano a las puertas, los meteorólogos ya no esperan la llegada de grandes lluvias. Auguran, unánimes, una temporada larga de sequía, sobre todo en el sur y el centro de la Península. La propia ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, pide a los ciudadanos que le echen imaginación y se las arreglen, al menos hasta septiembre, para no gastar demasiada agua. Los ecologistas, más directos, dirigen sus críticas a los propietarios de jardines, piscinas y campos de golf. No es para menos. El agua que gasta en riego uno de estos campos de recreo daría consumo a una población de 9.000 habitantes.
Nosotros, en lo doméstico, optamos por evitar las frituras y comidas grasientas: luego no hay forma de limpiar los cacharros, el fogón, las salpicaduras de aceite en la encimera y en el suelo, sin derroche de H2O, el elemento que tiñe de azul nuestro planeta desde la distancia sideral. Consumo: 40 litros Déficit: 0 litros Reservas: 200 litros.
El nuestro es un viaje (ya dura tres días) al mundo de la escasez. "Hoy ya nos sentimos un poco agobiados. Hemos gastado bastantes botellas de agua y no sé si nos llegarán para terminar la semana. Mamá se desespera mucho cuando ve el montón de la ropa sucia que tiene que lavar a mano", escribe Roberto en unas hojas de papel, a modo de improvisado diario. "La señora que viene a limpiar la casa", continúa el pequeño, "creo que no entiende nada de lo que estamos haciendo. Mamá le dice que sólo tiene una garrafa para fregar todo el piso y que no use mucho detergente para que el agua no se ensucie, así no tiene que cambiarla. Papá también está un poco cansado. A veces habla solo y dice que ojalá no haga calor porque si no lo vamos a pasar muy mal. Me acuerdo de los niños de África, pobrecitos, se mueren de enfermedades porque no tienen para beber". Entonces le explico a Roberto que con el agua que gasta cada día un español (la media nacional está en 278 litros), un habitante de La India tiene para una semana. Él se queda sin habla, pensativo.
Uno nunca se imagina que la carestía del preciado líquido pueda llegar a afectar tanto la convivencia. Porque no sólo te cambia el carácter. Incluso la relación con la gente ajena a la familia se ve, de algún modo, alterada. Hoy, por ejemplo, deberían estar en nuestra casa unos amigos de Salamanca, Antonio y Josefa. Al final tuvieron que irse a un hotel. Les explicamos, para su asombro, que el agua de la que disponemos no da para todos. Cuestión de supervivencia.
Antonio, que se ha quedado desconcertado, nos llama de nuevo por teléfono para saber cómo andamos de ánimos. Casi no da tiempo para explicárselo. Dice que estamos locos y que para él sería imposible llevar una vida así. Menos mal que nos callamos la dieta que estamos siguiendo: muchas legumbres y vegetales, pasta, pollo cocido y fruta. Los vegetales y la fruta, sobre todo por el aporte de agua. También hemos reducido mucho el consumo de sal para evitar las ganas de beber.
Son las siete de la tarde y David se está preparando para irse con los amigos. Sale del cuarto de baño impecable, como siempre, y con una garrafa de cinco litros vacía. La última que le quedaba entera. Sólo le resta otro recipiente con apenas un litro. Los otros nueve que faltan los aportó, igual que hicimos los demás, para limpiar la casa, hacer el almuerzo (hoy la cena tendrá que ser a base de bocadillos para no ensuciar), y darle un remojón a la ropa.
"¿Y mi camisa azul marino?", inquiere David. Cómo explicarle a un mocete de 17 años que una de sus prendas favoritas no ha entrado en el cupo de la ropa imprescindible que tocaba lavar. Entre otros motivos porque, en ese afán de ahorrar reservas, su madre y yo decidimos usar la ropa que menos agua necesita para su lavado. En vez de camisas de manga larga, polos de maga corta. En vez de jerséis de lana, jerséis de algodón fino... Y a poder ser, de colores oscuros, que se manchan menos. En los armarios hay cada vez menos recambios. Consumo: 45 litros Déficit: 5 litros Reservas: 155 litros.
Después de unos días con el cielo entre nubes, hoy luce el sol y los termómetros anuncian 21 grados de temperatura, pudiendo alcanzar los 23 a mediodía, según el hombre del tiempo. Para la mayoría del vecindario puede suponer un respiro tras varios días con mañanas frescas y grisáceas en Madrid. Para nosotros, en cambio, es una mala noticia. Si el calor comienza a apretar dudo mucho que podamos hacerle frente. Me pongo en lo peor, que alguien de nosotros pille una de esas diarreas propias del cambio de temperatura o enferme de algún otro mal. Cruzo los dedos.
El buen tiempo me lleva al balcón y aprovecho para echarle un vistazo a las plantas. Como me temía, algunas no han respondido bien al agua sobrante de hervir las verduras. Acabamos de comprobar que cuatro de las 23 plantas que tenemos repartidas por la casa se están marchitando sin remedio. Tres de ellas llevan más de un año con nosotros.
Roberto, que hoy se ha despertado a las 7:30 con el ceño fruncido, viene a la cocina exigiendo. Ha quedado para jugar un partido de fútbol con sus amigos del cole. Intentamos convencerle de que hoy, precisamente, no es el mejor día para hacer deporte, y más aun teniendo en cuenta las precarias condiciones de agua en que vivimos. Hace calor y, además, hay una pila de ropa que lavar y necesitamos asearnos un poco más a conciencia, cocinar... Por si fuera poco, hemos inaugurado la jornada con un déficit de cinco litros. Otra vez el instinto de supervivencia a prueba. Tanto a su madre como a mí nos tienta sacrificar parte de nuestras reservas para que Roberto pueda darse un buen baño tras el partido, pero al final optamos por ser conservadores. El día va a ser largo y caluroso. La obsesión por ahorrar agua incluso nos lleva a reducir las veces que vamos al váter. Se calcula que el número de visitas al cuarto de baño, por persona, es de entre dos y seis veces al día: teniendo en cuenta que la media es de tres personas por hogar, esto supondría "tirar de la cadena" una media de 12 veces por día, con un consumo de agua de 120 litros. Así pues, un hogar medio consume unos 40.000 litros de agua al año sólo en este menester. Consumo: 40 litros Déficit: 5 litros Reservas: 110 litros.
Si no fuera por mi mujer, hoy yo hubiera caído en la tentación. O, mejor dicho, en la rutina. En cuanto me despierto salgo corriendo hacia el cuarto de baño. Son ya las 9:30. Y mientras me miro al espejo, ojeroso y medio dormido, la mano se me va directa al grifo de la pila. Como de costumbre. Menos mal que Portal ya ha vuelto de acompañar a nuestro hijo pequeño al colegio. "Paco, el agua está en las garrafas", me recrimina desde la habitación. ¡Ufffff... Qué mal trago! Por un instante me sentí avergonzado, cabreado, irritado... Menudo ejemplo, me dije. Y eso que lo único que pretendía era afeitarme. Algo normal si a día de hoy viviésemos como una familia normal. Pero las condiciones en las que estamos, sin disponer de ropa suficiente para mudarnos ni poder comernos un guiso ni disfrutar de una ducha, abrir el grifo para fregar los platos o tirar de la cisterna, no dan para estos lujos. Porque eso es el agua hoy, un lujo al que, sin embargo, seguimos sin apreciar su verdadero valor. Quizás porque nos hemos acostumbrado, como a tantas cosas, a nadar en la abundancia, a consumir por encima de nuestras necesidades. Basta echar un vistazo a los números: con el agua que gasta al día un habitante de cualquier ciudad o pueblo de España, 278 litros, un ciudadano de Bangladesh tiene para toda una semana. Obsceno. Me pregunto cuánta gente es consciente de esto. A cuánta le importa que su vecino se gaste al día casi 300 litros de agua, cuando, según la ONU, a una persona le bastaría con 50 para cubrir las necesidades.
Por unos minutos me quedo en blanco. Voy a por una garrafa al balcón y me ciño sin rechistar al cupo diario que me corresponde. A ojo, vacío sobre la pila poco menos de un litro de agua para afeitarme. Repito la cantidad y me lavo la cara. Luego lleno un vaso y termino de cepillarme los dientes. En total he gastado dos litros en vez de los 10 que consumo normalmente.
Mi sorpresa es no haber caído en la cuenta de que hoy sólo dispongo de poco más de ocho litros para todo el día. Tanto los niños como mi mujer también tendrán que apañárselas con igual cantidad. Hay que compensar los cinco litros que venimos arrastrando de déficit. Si duros han sido los cuatro días anteriores, no quiero imaginar cómo serán los tres que nos restan. Y con calor. Por un instante, estoy tentado a abandonar. Portal, que me ve un tanto desesperado, trata, como siempre, de animarme con alguna de sus prácticas ocurrencias. Ha comprado tres cajas grandes de toallitas húmedas de papel, parecidas a las de los bebés, para que nos sirvan de aseo. No nos queda otra. La montaña de ropa sucia ya no puede esperar más, especialmente la de uso interior, y eso significa que de los 35 litros de agua de que disponemos para el día, siete serán para la colada. Nos quedan 28 litros para cocinar, beber y darle un lavado de cara a los suelos. Y para el cuerpo, toallitas de papel. Un consuelo.
Lo malo es cuando se lo digamos a David. Aunque creo que, de los cuatro, es el que mejor está llevando la recta final. Supongo que para pasarme luego la factura. Aunque intuyo que, como recompensa, no aceptaría lo que pagamos por el agua: 0,42 euros por metro cúbico (1.000 litros), el precio más barato de toda la Unión Europea (el más caro, el de Alemania, con 1,44 euros). Como me esperaba, a David no le salen las cuentas y, por consiguiente, rechaza mi interesada oferta.
Al final del día hacemos balance: hemos conseguido aguantar con 21 litros. Ni yo, que soy el más pesimista de todos los miembros de la familia, me lo creo. Todo un alivio. Mañana empezaremos la jornada de nuevo con 40 litros exactos. Consumo: 35 litros Déficit: 0 litros reservas: 75 litros.
Desde fuera, ya lo he dicho, nadie da crédito a este reality que estamos viviendo. Ni siquiera algunos de los trucos que empleamos para sobrevivir parecen interesar a amigos y familiares. Como mucho, les resultan curiosos. Quizá porque, al vivir en una ciudad como Madrid —donde el agua se derrocha a caudales sin que sus habitantes paguen, no ya el precio estipulado, sino por el daño ecológico que causan al consumir más de la cuenta un bien escaso—, lo normal es que la gente se tome esto de los trucos domésticos como algo inútil. Aunque, a decir verdad, funcionan. Por ejemplo, el caldo de cocer las verduras. Sólo cuatro de nuestras 23 plantas se han perdido (hoy hemos repetido la operación). Las demás, mal que bien, ahí siguen alegrándonos la casa. Y aunque parezca raro, incluso viene bien elegir el gel de baño y los detergentes. Cuanta más espuma hagan, más agua será necesaria para quitarla. A Marchela, nuestra limpiadora, le dio resultado. Le bastaron siete litros para quitar la suciedad del baño y la cocina.
Más complicado lo ha tenido David. A primera hora de la mañana, y a sabiendas de que había quedado con los amigos esta tarde, decidió romper la férrea disciplina de consumo que él mismo se había impuesto en los últimos tres días. De un tirón se gastó seis litros en asearse. Su madre, que desde el principio asumió la ingrata tarea de velar por el cumplimiento de las normas en la casa, le refresca la memoria diciéndole que su hermano menor, cuando se ha extralimitado, tampoco tuvo más agua que la que le correspondía por jornada.
Y es que a estas alturas creo que lo que más nos altera es nuestro propio estado de ánimo. Pero si hasta aquí hemos llegado con las mismas reservas líquidas de una persona del Tercer Mundo —aunque, como es lógico, con otras comodidades y recursos que hacen más llevadera la experiencia—, lo normal es que mañana los cuatro lleguemos a la meta por lo menos con la lección aprendida. Porque, sobre todo, esto ha sido una enseñanza intensa y dura en muchos momentos.
Hoy, mientras cenábamos tortilla de acelgas y queso —está prohibido manchar—, Portal vuelve a insistir en el desprecio con que tratamos al llamado líquido de la vida. El ejemplo es clarificador: los países ricos, entre ellos España, consumen por término medio 12 veces más que las naciones pobres. Desde la comodidad de nuestras casas, esta situación puede parecernos muy lejana, pero no hay más que oír a los estudiosos del clima, como el alemán Klaus Toeffer, para hacernos una idea del futuro que nos espera. "El agua será en breve motivo de guerras entre países", pronostica el secretario de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Sus palabras, lejos de todo pesimismo apocalíptico, casan con varios informes donde se dice que el 66% de la Tierra sufrirá restricciones en el año 2025. A la vuelta de la esquina.
Roberto, que no pierde detalle, sale al paso con una pregunta que nos desconcierta: "¿Tendré que ir yo también a esa guerra?". "Tú no, pero muchos otros niños de otros países quizá sí", contesta su madre. El chiquillo enmudece. Poco tiempo después de irse a su habitación, supuestamente a dormir, se acerca al salón con una hoja de papel en la mano. Es su particular diario de la semana. Dice así: "Hoy me voy a la cama preocupado porque no sé qué será de mi hermano y de mí cuando seamos mayores. Si la gente tiene sed tendrá que robar el agua para beber. Espero que no nos toque a nosotros. Mis padres dicen que las personas no aguantarán más y habrá muchas guerras. Pero que si entre todos nos ponemos de acuerdo y ahorramos, entonces habrá agua para todo el mundo. Se lo diré mañana a mis amigos". Consumo: 40 litros Déficit: 0 litros Reservas: 35 litros.
Hemos llegado al final con las reservas menguadas. Siete litros por cabeza y, lo que es peor, sin ánimos suficientes para mantener a raya el consumo. Ni siquiera Portal, a la que se le da bien organizar, sobre todo en momentos de caos, pone gran empeño en seguir tirando del carro. Se ve que la semana de privaciones ha mermado su paciencia. Y tal como es ella no me extrañaría que mañana pusiera todo patas arriba o fumigara la casa. Bichos raros yo no he visto, pero ella encuentra cosas sucias en todas partes. Además, a Roberto le toca otra vez sesión de tinaja y a mí la fregona. El chico vuelve de gimnasia mojado en sudor. También yo me siento impaciente después de tantos días sin poder asearme en condiciones. "Supongo que esta noche ya podremos abrir los grifos", salta David.
Estoy convencido de que no sólo Portal y yo, sino que también ellos van a recordar esta semana a dieta para el Magazine; y que cada vez que vean un grifo abierto derrochando lo cerrarán y tendrán, en fin, la conciencia de que es un bien escaso... Aún nos quedan tres horas. Para entonces, y como nos habíamos prometido hace una semana, los cuatro brindaremos... ¡Con agua! Consumo: 35 litros Déficit: 0 litros Reservas: 0 litros.
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